El cuento es una narración breve en la que se relatan hechos ficticios. Los cuentos se caracterizan por tener una cantidad pequeña de personajes y argumentos medianamente sencillos. Se pueden diferenciar seis:
Cuentos maravillosos: estos cuentos se caracterizan por la presencia de personajes que no existen en el mundo real y que se perciben como normales a lo largo de toda la historia, por ejemplo: dragones, hadas, brujas, animales parlanchines, etcétera. Por otro lado, se caracterizan por no identificar el tiempo y lugar en el que se desarrolla la historia. Se habla de lugares lejanos, erase una vez, y otras expresiones imprecisas. Además, en estos cuentos no se hacen descripciones demasiado prolongadas, simplemente se destacan ciertos rasgos característicos de cada personaje y lugar. Por último, en estos cuentos existen ciertas acciones o fórmulas que se repiten en todos los cuentos. Por ejemplo, expresiones como “había una vez” o que los personajes deban atravesar tres pruebas.
Cuentos fantásticos: este tipo de cuentos se caracteriza por la irrupción de un elemento anormal en una historia que venía desarrollándose dentro de un marco real. Esto hace poner en duda al lector sobre si es producto de la imaginación del personaje o una consecuencia sobrenatural. Esta incertidumbre entre si es imaginación o realidad mantienen al lector con el interrogante hasta el desenlace. Un ejemplo de este género es Alicia en el país de las maravillas.
Cuentos de ciencia ficción: estos cuentos se basan en mostrar cómo afectan una comunidad o a un personaje específico, ubicados en el pasado, presente o futuro, los avances tecnológicos y científicos. Se aclara que son de ficción por que contienen elementos que son ficticios, que son los que generan suspenso para atrapar a quien lo lee.
Cuento policial: narra hechos relacionados con la delincuencia, crímenes y justicia. Generalmente, su temática principal tiene que ver con la resolución de algún delito, o bien, con la persecución de algún criminal. Generalmente se habla de dos tipos de narraciones policiales, la blanca y la negra. En la blanca, el policía cumple con su deber y es quien se encarga de atrapar al delincuente. En la negra, el policía se infiltra en el grupo delictivo para hacerse con el criminal.
Cuentos realistas: estos cuentos presentan historias que buscan ser creíbles por medio de acontecimientos que se muestran como reales. A pesar de esto, no persiguen la verosimilitud, puesto que son producto de la imaginación de su autor. En estas narraciones son especificados el tiempo y lugar en los que se desarrolla la historia, se utilizan descripciones con precisión y claridad. Además, los personajes se caracterizan por ser comunes y corrientes, en los que sus defectos y virtudes se descifran con facilidad.
Cuentos de terror: el autor de estas narraciones busca infundir el miedo en sus lectores valiéndose de temas que puedan causar dicho efecto, ya sea la muerte, catástrofes, crímenes, etcétera. Muchas veces, los cuentos buscar causarle temor a sus lectores con objetivos moralizantes. Es decir, causan miedo para evitar que el lector repita una determinada acción. De todas maneras, esto no es inherente a este tipo de relatos.
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Aladino o la lámpara maravillosa
En un lejano país
de Oriente, vivía, en la más absoluta pobreza, un joven llamado Aladino. Sus
padres habían muerto y él pasaba todo el día en la calle intentando trabajar
para poder comer.
Un buen día, un desconocido le
ofreció algunas monedas por acompañarlo. El joven aceptó con mucho
gusto.
Pasearon por la ciudad y después
salieron al campo. Una vez allí, el hombre encendió una hoguera y pronunció
unas palabras mágicas. Al instante, la tierra se abrió y, ante los ojos
asombrados de Aladino, apareció una cueva de gran profundidad.
- Baja y tráeme una lámpara vieja y
sucia que encontrarás ahí abajo. No toques nada o te arrepentirás – dijo el
hombre.
- ¿No me pasará nada? – preguntó Aladino.
- Toma, este anillo te protegerá
contra todo mal.
El joven bajó y se
quedó maravillado de las riquezas que encerraba aquel misterioso lugar. Cogió
la lámpara y volvió a la entrada de la cueva.
- Deme la mano – dijo
Aladino.
- Dame tú antes la
lámpara
- No. Primero deme la
mano.
Entonces el desconocido se enojó
muchísimo, pronunció de nuevo las palabras mágicas y la cueva se
cerró.
Aladino quedó atrapado dentro y empezó
a temblar de miedo. En medio de la oscuridad comenzó a tocar la lámpara para
ver si encontraba la forma de encenderla. De pronto, de ella salió un enorme
genio, que hizo una reverencia ante el joven y le dijo:
- Pide lo que desees y te lo
concederé, mi amo y señor.
- Por favor, sácame de aquí – pidió
Aladino.
Y, al instante, Aladino se vio libre
otra vez. A continuación pidió otro deseo:
- Me muero de hambre. ¿Podrías
conseguirme algo para comer?
Inmediatamente, los más exquisitos
manjares aparecieron ante el joven, que comió todo lo que quiso. Después,
Aladino pidió al genio un palacio, dinero y joyas. Sin que acabara de formular
su deseo, se encontró rodeado de lujo y con más riquezas de las que nadie podía
haber soñado nunca.
Un día, cuando estaba tranquilamente
mirando por una de las ventanas de su gran palacio, vio a una bellísima joven,
de la que se enamoró perdidamente. Supo después que era la hija del
sultán y decidió pedir su mano.
Aladino, seguido de una impresionante
comitiva de criados cargados de valiosos regalos, se presentó ante el
sultán.
Aladdin
- Señor, deseo casarme con vuestra
hija y ruego que aceptéis estos presentes.
El sultán aceptó que la princesa se
casara con aquel joven tan generoso y tan rico y las bodas se celebraron a los
pocos días. Los esposos estaban felices.
Pero la felicidad de Aladino llegó a
oídos de aquel desconocido que, hacía tiempo ya, le había llevado a la cueva
donde se encontraba la lámpara maravillosa.
Entonces decidió apoderarse de la
lámpara a toda costa. Para ello se hizo pasar por un mercader que cambiaba
lámparas nuevas por lámparas antiguas. Una de Aladino, intentando
favorecer a su amo, aceptó la oferta del mercader.
La lámpara maravillosa cayó en manos
de aquel hombre malvado, quien la frotó y pidió a continuación un
deseo:
- Traslada este palacio lejos de aquí
y a mi con él.
El genio obedeció a su nuevo amo y,
cuando Aladino llegó a su casa, vio que ésta había desaparecido, al igual que
su amada esposa.
Lleno de tristeza y
muy nervioso, el joven comenzó a girar sobre su dedo el anillo que le dio aquel
desconocido antes de bajar a la cueva. En el acto apareció
un pequeño genio, que se puso a su servicio.
- Llévame a donde esté mi esposa –
pidió Aladino.
El joven luchó valientemente contra
aquel hombre perverso que le había arrebatado su felicidad. Consiguió atarlo de
pies y manos y después ordenó al geniecillo:
- Haz que volvamos a nuestro
país.
En un santiamén, el palacio y sus
ocupantes fueron devueltos al lugar del que habían sido trasladados. La
princesa, emocionada, abrazó a su padre. Mientras tanto, Aladino ordenó a uno
de sus genios:
- Conduce a este malvado a un país
del que no pueda volver jamás.
Su deseo se cumplió inmediatamente.
Aladino y su esposa vivieron, a partir de entonces, muy felices con la ayuda de
sus dos genios protectores.
Alí Babá y los cuarenta ladrones
En un lejano país de oriente, vivía un joven de nombre Alí Babá que era muy humilde. Tenía un hermano, llamado Qasim, muy rico y ambicioso.
Alí se dedicaba a recoger leña del campo para venderla en la ciudad, y con el poco dinero que recogía, sostenía a su esposa.
Un día que se encontraba trabajando, cuando se disponía a regresar a su casa, el joven Alí escuchó el sonido de muchos caballos que se dirigían hacia él. Asustado decidió esconderse tras un árbol desde donde pudo ver quién se acercaba: eran 40 hombres montados a caballo.
Uno de ellos, que parecía el jefe, bajó del caballo, se colocó frente a una roca y, tras mirar a todas partes, dijo:
- ¡Abrete Sésamo!
Inmediatamente una gran roca se movió dejando al descubierto una cueva. Los jinetes bajaron gran cantidad de bultos que depositaron en la cueva y, tras pronunciar las palabras:
- ¡Ciérrate Sésamo!,
Para que la roca se cerrara, volvieron a montar en sus caballos y se marcharon por el bosque.
Alí Babá, asombrado y lleno de curiosidad, tras esperar un largo rato para no verse sorprendido por los jinetes, si volvían, descendió, se colocó ante la entrada de la cueva y dijo:
-¡ Abrete Sésamo!
De nuevo la roca se movió y Alí entró en la cueva. En su interior había gran cantidad de tesoros, joyas, monedas de oro y perlas. Maravillado con lo que estaba viendo, decidió tomar un saco y llenarlo con joyas y monedas de oro. Luego cerró la cueva y esperó hasta que fuera de noche para viajar al pueblo. Una vez allí, le contó a su mujer lo sucedido.
La mujer le pidió a la esposa de Qasim una balanza para poder pesar los tesoros que su marido había conseguido. Llena de curiosidad por saber qué pesaría el hermano de su esposo, la esposa de Qasim untó la balanza con cera. Cuando le fue devuelta la balanza descubrió rastros de oro así que, inmediatamente se lo contó a Elí que, lleno de avaricia, exigió a su hermano que le explicara de dónde había sacado el oro. Alí le contó la historia de la cueva por lo que Qasim decidió ir para aumentar sus riquezas, sin el conocimiento de su hermano.
Al llegar al lugar, pronunció las palabras mágicas:
- ¡ Abrete Sésamo!
Inmediatamente las puertas se abrieron y Qarim comenzó a llenar sacos y más sacos de las joyas y tesoros que había encontrado, pero con tan mala suerte que los ladrones regresaron y vieron la cueva abierta. Intentó esconderse pero fue inútil y los bandidos, al encontrarlo, lo golpearon hasta matarlo.
La esposa de Qarin, al ver que no regresaba, dijo a Alí Babá que su hermano había desaparecido, este fue a la cueva, descubrió su cuerpo sin vida de Qarim y lo llevó a su casa.
Alí intuyó que los ladrones, al no encontrar el cuerpo en la cueva, sabrían que otra persona había entrado y buscarían por todos lados, así que ideó un plan para poder esconderse:
Primeramente, la mujer de Qarim debía decir que su esposo había tenido una muerte natural; en segundo lugar él y su esposa se irían a vivir a la casa de su hermano y comenzaría a administrar sus riquezas. Y así lo hicieron.
Los ladrones descubrieron que el cuerpo del intruso había desaparecido y buscaron a quien se lo había llevado. Localizaron dónde vivía Qarim e incluso uno de ellos llegó a casa de Alí y vio en la entrada uno de los jarrones que había en la cueva, entonces fue corriendo a informar a su jefe que decidió vengarse.
Se disfrazó de mercader y los 39 hombres restantes se escondieron en grandes orzas de aceite, llegaron donde vivía Alí, el mercader pidió posada y las orzas fueron guardadas en un patio interior.
Pero uno de los sirvientes de Alí necesitó aceite para preparar la comida y fue a donde estaban las orzas para coger un poco; allí, cuando estaba a punto de abrir una de ellas, escuchó que en interior decía alguien:
- Debemos esperar la señal del jefe para salir
Sorprendido, decidió actuar rápidamente, calentó grandes cantidades de agua y cuando estaba hirviendo, con ayuda de otro sirviente, la echó en el interior de las orzas y murieron todos los ladrones que había en ellas.
Entretanto el jefe de la banda compartía cena con Alí, su esposa y su cuñada, a media noche bajó a dar orden a sus hombres pero, al no responder nadie, abrió las orzas y se encontró que habían muerto. Al darse cuenta de que había sido descubierto intentó huir, pero el sirviente se dio cuenta y no se lo permitió.
Contó lo sucedido a Alí y este, complacido por su forma de actuar lo premió con una bolsa de oro y la mano de su hija.
Esta historia tiene sus raíces en una saga sudanesa del rey Alí Babá de la tribu Bija.
El rey rehusaba pagar impuestos a Al-Mutawakkil, el décimo califa abbasí de Bagdad. El rey rebelde selló todas las minas de oro de las montañas y detenía a todos los funcionarios que iban a la zona del mar Rojo. Bagdad envió su ejército para mantener el poder sobre el vital mercado del oro del mundo islámico (se creía que Sudán proveía más del 60% del oro abbasí en la época previa a las Cruzadas) y en cinco años logró aplastar la rebelión. Alí Babá, llevado a Bagdad, entregó todo el oro escondido por sus hombres al califa. Una exhibición pública del enorme tesoro y del derrotado rey se llevó a cabo en todas las ciudades importantes en el camino a la capital Samarra, creando la leyenda de las cuevas y los ladrones. Al final, a Alí Babá le fue concedida la amnistía y a su regreso dio oro a todos los necesitados de las principales ciudades de su camino como gesto de buena voluntad con los musulmanes contra los que luchó.
En el vídeo podemos ver algunas postales de Egipto.
El rey rehusaba pagar impuestos a Al-Mutawakkil, el décimo califa abbasí de Bagdad. El rey rebelde selló todas las minas de oro de las montañas y detenía a todos los funcionarios que iban a la zona del mar Rojo. Bagdad envió su ejército para mantener el poder sobre el vital mercado del oro del mundo islámico (se creía que Sudán proveía más del 60% del oro abbasí en la época previa a las Cruzadas) y en cinco años logró aplastar la rebelión. Alí Babá, llevado a Bagdad, entregó todo el oro escondido por sus hombres al califa. Una exhibición pública del enorme tesoro y del derrotado rey se llevó a cabo en todas las ciudades importantes en el camino a la capital Samarra, creando la leyenda de las cuevas y los ladrones. Al final, a Alí Babá le fue concedida la amnistía y a su regreso dio oro a todos los necesitados de las principales ciudades de su camino como gesto de buena voluntad con los musulmanes contra los que luchó.
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